Editorial: “Discapacitados” y discriminación

Cuesta creer que el desarrollo de la ciencia y el conocimiento, la evolución de pautas culturales y una actitud liberal frente la vida no hayan desterrado un prejuicio muy arraigado en casi todas las sociedades del mundo: la discriminación y segregación del discapacitado físico y mental. En algunos países se practica aun el confinamiento de los afectados por enfermedades o directamente por accidentes. Según la mitología que han procreado estas sociedades -algunas muy avanzadas en el campo de lo tecnológico- lo diferente equivale a inferior o descartable.

Sin entrar a exponer razonamientos médicos, podríamos efectuar una breve recorrida por la historia para comprobar que muchas de las personalidades de todos los tiempos estuvieron sometidas a algún tipo de discapacidades que no impidieron que se destacaran por su genialidad.

Uno de los casos es el del músico alemán Ludwig Van Beethoven: cuando escribió su inmortal novena fantasía -la Coral- había quedado totalmente sordo. Penuria doble para el genial compositor porque dependía del sentido del sonido para crear.

Miguel de Cervantes de Saavedra escribió su inmortal “Don Quijote de la Mancha” tiempo después de perder un brazo en la batalla de Lepanto. El notable pintor y colorista francés Toulouse Lautrec -el alma artística del Moulin Rouge- sufría de enanismo disarmónico, lo que no impidió que desarrollara su gusto pictórico y fuese considerado un artista notable.

En la actualidad sobresalen como grandes pianistas, cantantes y compositores, Ray Charles y Stevie Wonder, que no sólo dominan la técnica pianista y el manejo de la voz, sino que, a pesar de ser ciegos, son referentes claros de sus estilos y ambos, a su manera, innovadores en el mismo sentido.

¿Qué significa, en suma, la palabra discapacitado? ¿Y con relación a qué? Porque los considerados normales también sufrimos de alguna discapacidad: no podemos volar, ni ver en la absoluta oscuridad, no orientarnos sin una guía, ni nadar varios kilómetros con los ojos cerrados. Más aún, no somos capaces de ver nuestros propios defectos. ¿No somos al fín limitados como los que tratamos de esconder bajo la alfombra? Sin embargo, somos así.

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